sábado, 11 de septiembre de 2010

Chau, adios


Sin darme cuenta estaba llamándote, gritándote en el ojo que nunca duerme y me sigue por donde se pone el cielo en mi nariz; sucede, a veces sucede y no puedo saber porqué te gusta herirme, encerrarme en mis propias palabras, como la púa del tocadiscos cuando raya el surco lleno de tierra, desterrando todas las melodías con letras al pedo, de amor y desamores que  enseñan a rezar.

No dejaste ni siquiera que escribiera te extraño, o te lo dije? Si, te lo dije y pasó totalmente desapercibido, porque sabías, si me dejabas, se piantarìan un montón de besos asfixiantes, entonces fue cuando me dijiste: te conté que me enamoré? El idiota que no aprende, latió inconfundiblemente más fuerte y rápido; por un momento, se hizo pequeño, creí que era yo que lo estrujaba con mis manos. 

Eran otros los abrazos, los duelos, abandonos, la forma de borrar huellas, el olor del pasado, la silueta del adiós y tu voz ronca  dando vueltas en los caracoles de mis oídos.

Podría llegar a verte morir aunque no quiero, los espejos te nombran todavía ……. prefiero encontrarte cuando coseche mis desánimos, para llorar al costado de una planta de lavanda florecida a  la hora de recurrir a mi nariz, cuando se ponga el cielo sobre la arena y entre vos y yo no existan puntos cardinales, solo el techo de una vieja parada de ómnibus donde guarecernos de la lluvia.